Comfort zone
Hay una serie de teorías que indican que es necesario un determinado nivel de stress, de tensión para llegar a dar lo mejor de nosotros mismos.
Para ello, debemos determinar nuestra zona de confort, donde ocupamos un rol y desempeñamos una serie de tareas que conocemos al dedillo, y huir rapidamente de allí.
Al menos es lo que algunas empresas piensan para obtener la extraordinaria performance que desean, como por ejemplo mantener crecimientos de 2 dígitos durante un lustro en un mercado maduro y con los productos de siempre, con cuotas de mercado envidiables en un entorno plagado de competidores agresivos, etc..... Bueno pues este es mi caso. He dejado trabajos envidiables, porque pensaba que me estaba adocenando y era demasiado joven para estancarme. He dejado la seguridad, el calor de la gran empresa, por asumir retos arriesgados en proyectos de compleja viabilidad. He sacrificado incluso aspectos económicos, por inquietudes y satisfacciones intelectuales, personales, profesionales. Y ahora, no hay vuelta atrás. La pequeña multinacional en la que trabajo, que me produce la satisfaccion del sadomasoquista, va a ser adquirida por una gran empresa del sector, que junto a la incertidumbre asociada a las fusiones añade la incógnita acerca de mi futuro. Ya no soy un JASP y eso en este país es una pega. Estoy en una situación fuera de control, en la que mi destino depende de gente que no me conoce, o de alguna consultora que puede valorarme como carne de reingeniería. Mi esquizofrenia, mi relación de amor odio, bascula entre el sueldo necesario para hacer frente a las necesidades asociadas a mis responsabilidades familiares y mi disgusto por incorporarme - en el mejor de los casos - a una empresa en la que nunca decidiría trabajar. He estado en mejores empresas y me he ido. A lo mejor es un justo castigo a mi ambición, no lo sé. Me gustaría tener tiempo y poder decidir por mi mismo y no ser un simple juguete de las circunstancias. Pero nos debemos al accionista, a darle el valor que demanda tras su inversión, a su silenciosa dictadura. Mis jefes se irán con sus bolsillos llenos de dinero, debido a las stock options y al fuerte tirón de nuestro "chicharro". La ecuación no suele fallar: los jefes de la empresa comprada se forran y el accionista que compra "pincha". Como siempre ocurre en estos casos, la desinformación y los "macutazos" abundan. Me gustaría encontrar de nuevo mi "comfort zone" y quedarme allí un ratito, adormilado, atechado.
Hay una serie de teorías que indican que es necesario un determinado nivel de stress, de tensión para llegar a dar lo mejor de nosotros mismos.
Para ello, debemos determinar nuestra zona de confort, donde ocupamos un rol y desempeñamos una serie de tareas que conocemos al dedillo, y huir rapidamente de allí.
Al menos es lo que algunas empresas piensan para obtener la extraordinaria performance que desean, como por ejemplo mantener crecimientos de 2 dígitos durante un lustro en un mercado maduro y con los productos de siempre, con cuotas de mercado envidiables en un entorno plagado de competidores agresivos, etc..... Bueno pues este es mi caso. He dejado trabajos envidiables, porque pensaba que me estaba adocenando y era demasiado joven para estancarme. He dejado la seguridad, el calor de la gran empresa, por asumir retos arriesgados en proyectos de compleja viabilidad. He sacrificado incluso aspectos económicos, por inquietudes y satisfacciones intelectuales, personales, profesionales. Y ahora, no hay vuelta atrás. La pequeña multinacional en la que trabajo, que me produce la satisfaccion del sadomasoquista, va a ser adquirida por una gran empresa del sector, que junto a la incertidumbre asociada a las fusiones añade la incógnita acerca de mi futuro. Ya no soy un JASP y eso en este país es una pega. Estoy en una situación fuera de control, en la que mi destino depende de gente que no me conoce, o de alguna consultora que puede valorarme como carne de reingeniería. Mi esquizofrenia, mi relación de amor odio, bascula entre el sueldo necesario para hacer frente a las necesidades asociadas a mis responsabilidades familiares y mi disgusto por incorporarme - en el mejor de los casos - a una empresa en la que nunca decidiría trabajar. He estado en mejores empresas y me he ido. A lo mejor es un justo castigo a mi ambición, no lo sé. Me gustaría tener tiempo y poder decidir por mi mismo y no ser un simple juguete de las circunstancias. Pero nos debemos al accionista, a darle el valor que demanda tras su inversión, a su silenciosa dictadura. Mis jefes se irán con sus bolsillos llenos de dinero, debido a las stock options y al fuerte tirón de nuestro "chicharro". La ecuación no suele fallar: los jefes de la empresa comprada se forran y el accionista que compra "pincha". Como siempre ocurre en estos casos, la desinformación y los "macutazos" abundan. Me gustaría encontrar de nuevo mi "comfort zone" y quedarme allí un ratito, adormilado, atechado.
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